Carolina Varela Rodríguez
Como
decíamos en el blog anterior, desde mi punto de vista, la masacre de
Newtown cumple criterios de problema de salud pública y en este post
quiero reflexionar un poco sobre la gestión social de la salud
mental de la población.
A
nosotros como especialistas que somos, nos importa mucho la
influencia del modelo de servicio o sistema de salud en el control y
tratamiento crónico de los enfermos psiquiátricos y este trágico
evento da para reflexionar mucho. Leyendo dos textos muy interesante
me he pasado mucho tiempo pensando al respecto. El primero “Dale un
bolígrafo a un tonto” me parece digno de consideración ya que el
autor expone la necesidad de informarse bien antes de publicar
información sobre la salud mental de los asesinos, que por otra
parte debe ser información confidencial, y no rumores provenientes
de fuentes tan “fiables” como los vecinos, los hermanos o los
amigos del agresor. Porque al asociar el nombre de una enfermedad
como el autismo a una agresión como la de Newtown se produce un daño
irreparable a todos los enfermos de autismo, un daño que supone la
estigmatización constante de esta condición y el aislamiento social
de los enfermos y sus familiares.
Si
nos remitimos a las estadísticas, la mayoría de los agresores,
violadores, pederastas y asesinos no tienen un problema de autismo y
la inmensa mayoría de los enfermos autistas no han cometido nunca un
delito, pero nos sentimos reconfortados al pensar que el que hace eso
es un “monstruo” distinto de nosotros, las personas “normales”.
Por eso saltamos a la caza de la patología psiquiátrica, autismo,
esquizofrenia... cualquiera nos vale como excusa. Pero entra dentro
de la lógica y de la justicia reflexiva pensar que es factible que
la enfermedad en sí no sea causa de la agresión sino un elemento
meramente circunstancial junto a la situación social, familiar y
económica en que el paciente se encuentra. Pero cuando alguien tiene
una enfermedad mental automáticamente asumimos que los
comportamientos aberrantes son producto de esta enfermedad. Por eso
es tan dañino publicar diagnósticos médicos asociados a estos
eventos, porque no hay manera de demostrar que esa enfermedad sea la
causa o no y sin embargo sesgamos a los receptores de nuestra
información. Y en este foro de trabajadores de la salud, es
fundamental no olvidar la confidencialidad y el respeto debido al
paciente individual y a los enfermos de forma comunitaria.
Me
parece muy interesante leer este texto indignado porque, no dudemos
que en nuestra práctica diaría nos vamos a encontrar en situaciones
en que podamos cometer una violación de esta confidencialidad o de
este respeto que aunque pueden ser un delito no es lo importante
aquí. Lo importante aquí es darnos cuenta como todos los actos
tienen consecuencias y que estas pueden ser malas y tenemos que
meditar sobre ellas antes de hablar. Aunque nuestra naturaleza sea
impulsiva, a la hora de emitir un juicio o etiquetar el
comportamiento de una persona sana o enferma debemos ser
profesionales reflexivos y medir mucho nuestras palabras porque
además de todo el daño que cualquier rumor puede producir, nuestra
particularidad como facultativo legitima nuestro juicio y puede
sesgar la opinión de la sociedad respecto a una enfermedad
estigmatizándola.
El
otro texto, “I'm Adam Lanza's mother”, está escrito por la madre
de un niño con un problema de la esfera del autismo con episodios
violentos. Os confieso que me pareció muy duro de leer (a ninguna
madre le gusta ver lo que su hijo o hija tiene de malo o incluso de
peligroso, y ella lo hace honesta y claramente) y muy matizable (ya
que parte de la hipótesis de que el agresor de Newtown hizo lo que
hizo como consecuencia de un arranque violento por su supuesto
problema de autismo, cosa que está por demostrar si es que se llega
a demostrar, como veníamos hablando antes) pero la reflexión de
esta madre es nuy interesante.
Pues
bien esta madre estadounidense, se siente totalmente desvalida frente
a un sistema de salud que no la protege ni a ella, ni a su hijo, ni a
sus ciudadanos y que la única alternativa que le ofrece es denunciar
a su hijo para que lo metan en la carcel, con lo que esto conlleva.
Desvalida incluso habiendo ella hecho un giro copernicano con su
vida, dejando su profesión para trabajar en una empresa y de esta
manera tener “beneficios” en la forma de un seguro de enfermedad.
Y todo esto porque el seguro médico que tiene que contratar es
impagable. Ya que por lógica, los seguros privados tienen que
rentabilizar a sus clientes y tienen derecho de admisión, así si
eres un enfermo que vas a suponer muchos ingresos hospitalarios,
tratamientos e intervenciones costosos, simplemente no les interesas
como cliente y te excluyen. Y este es el caso de las enfermedades
crónicas y entre ellas los problemas como el autismo.
Y la
autora del texto nos plantea que ya no estamos hablando de una
enfermedad que al fin y al cabo va a afectar al enfermo y a su
familia, más o menos cara o más o menos dolorosa, sino de
enfermedades del comportamiento social que pueden afectar a la
sociedad entera o por lo menos a una parte del entorno cercano del
paciente, como pueda ser su escuela, el supermercado o su vecindario.
Ante esto, ¿no tiene la sociedad, aunque sea desde una perspectiva
de defensa propia, que hacerse cargo de estos enfermos y sus
tratamientos? Es más en vista de los resultados en salud de otros
sistemas de salud, ¿no es evidente que en EEUU tienen un problema de
gestión de la salud mental?